Escucho en la radio una noticia que retrata el aldeanismo analfabeto que campa en esa piel de toro que aún llamamos España. Un chaval de once años reclama su derecho a utilizar el castellano en un examen escolar. De hecho, el crío había pasado por el aro y había completado el mismo en catalán, mallorquín o ibizenco (ni entro en ese pastizal, que me da tanta pereza como indiferencia me produce) pero: Oh! Campos de soledad. Mustios collados! Cometió el terrible pecado de anotar la fecha en el idioma de Garcilaso de la Vega en lugar de hacerlo en el de Guifré el Pelòs. Verbigracia: 13-febrero-2009 en lugar de 13-febrer-2009. Tras tamaña afrenta a la patria, la profesora del alumno decidió descontar 0,35 centésimas del resultado final de la prueba.
Parece que esa fue la gota que colmó el vaso de la paciencia de los padres del chaval, de tal forma que decidió denunciarlo a los medios de comunicación (Es el diario “El Mundo” quien se hizo eco del hecho en su primera página del día de ayer).
La maestra (hace daño denominarla de tal modo, pero habrá que resignarse a tal desconsoladora circunstancia) no contenta con el injusto castigo, recriminó al crío que hablase el castellano en su casa, cuando éste argumento que aunque su padre era ibicenco y catalano-hablante su madre era andaluza de origen y desconocía tan bello idioma (matizo: no busquen ironía en esto último, que no la hay). La pava le espetó que era una vergüenza. Ya lo dice mi amigo Mase: si los burros volarán no veríamos el sol.
Mucho habría que hablar de la anchura de miras de la maestra en cuestión. Que (y eso es lo preocupante) no es sino el fiel reflejo de cierta parte de la clase política española. Otros analistas entrarán a ese trapo. Personalmente, pienso que cualquier tipo de floritura dialéctica se podría sustituir con un escueto y rotundo… : PALETOS!
Quería subrayar algo que en los medios de comunicación pasa inadvertido, aunque creo más importante que los delirios nacionalistas del cacique local de turno. Y es el afán fascistoide del Estado por limitar la libertad individual del ciudadano. (Porque la acción de esta “individua” encuentra su eco en la acción política, o mejor, es reflejo de ésta última). Que dicho afán afecte también al idioma que cada cual utilice para expresarse es más preocupante de lo que podamos pensar.
Y es que estamos tan acostumbrados como sociedad a que el Estado se inmiscuya hasta la nausea en nuestro entorno privado que aceptamos incluso que este tipo de situaciones casi sin reparar en lo que ello supone. Con qué legitimidad puede un Gobierno multar a un comerciante por rotular su establecimiento en un idioma o en otro, como ocurre en Cataluña? A Santo de qué se arroga este derecho? Bueno… ellos dicen que en favor de la defensa de la lengua catalana. Claro. Por supuesto. Pues oiga, defienda la lengua catalana en los espacios públicos (y si puede ser No con mi dinero. Aunque ya sé que algunas batallas están perdidas de antemano) pero deje a las personas utilizar el idioma que les venga en gusto. Que con las cosas de comer no se juega. Primero nos dicen qué idioma debemos utilizar. De ahí a sugerirnos qué debemos pensar media medio pasito. Lo clavó Orwell con su Gran Hermano.
Y lo peor de todo es que esta coacción política, este abuso de poder, este intento de menguar la libertad del ciudadano (estoy intentando resaltar el concepto, espero quede claro) se hace siempre desde las Instituciones en nombre del “buen rollito”, la solidaridad, la integración, etc, etc, etc. En definitiva, con una palabrería hueca, simplona y sonrojante.
O sea, que además de jodidos, tenemos que poner la cama y como levantes un poquito el tono reclamando tus derechos como individuo, lo más suave que te pueden llamar es insolidario. Y si lo que haces es indignarte, lo que eres es un fascista (sí, señora. Pásmese. Las palomas disparando a las escopetas…).
Dejen a ese crío que haga el examen en el idioma en que se encuentre más cómodo! Máxime cuando ese idioma es un idioma co-oficial y que todo el mundo entiende. Y hasta si lo quisiera hacer en inglés, pardiez! No nos analfabeticen con su discurso retrógrado de aldea del Alce. Pero sobretodo, no se inmiscuyan en nuestra vida privada con tanta naturalidad y tan poca vergüenza.
lunes, 20 de abril de 2009
domingo, 8 de marzo de 2009
Liberales y progresistas
Discutía ayer de política con un amigo. Lo hacemos en ocasiones. Disfruto mucho de dichas discusiones, pues el interfecto en cuestión piensa de forma diametralmente opuesta a cómo yo lo hago. Y eso lo hace divertido. En caso contrario, hablaríamos del tema mucho menos. Estoy seguro.
Lejos de mi ánimo está el desautorizar sus opiniones, pero sí me gustaría hacer algunos apuntes, que se me antojan importantes. Cuestiones que, curiosamente, a nadie parece preocupar lo más mínimo. Es por ello, que sentí el impulso de ponerlo en negro sobre blanco. Tomemos las próximas líneas como una pataleta, Cómo un grito de desahogo, pues… Ni que sea en un desierto inhóspito y remoto.
El tema de la discusión era, como de costumbre, muy genérico. Simplificando hasta el absurdo, el que suscribe partía de una posición de defensa de la economía liberal: creencia en el mercado, responsabilidad individual, premio al esfuerzo y demás.
Mi contrincante (al que tengo por una persona inteligente) defendía la preeminencia del Estado sobre el mercado, redistribución de la riqueza, etc. Todo ello salpicado con tintes ecologistas sin duda muy bienintencionados.
No quiero en esta ocasión entrar en el fondo técnico del asunto (aunque algún apunte habrá) sino en el aspecto formal del mismo. Mientras que yo intentaba (con mis medios, que no son muchos, pues no soy economista) defender la postura desde un punto de vista técnico, esto es: qué sistema económico es más útil, cuál funciona mejor, etcétera… mi amigo se empeñaba en insistir que quién sostiene mi postura lo hace de una forma inmoral. Por consiguiente, quien defiende sus postulados está dotado de una superior moral, lo cual resulta profundamente injusto.
(A colación de esto y cómo nota a pie de página añadido a posteriori, me decía una buena amiga, el otro día que, los votantes de una señora, esperanza para algunos liberales (no para mí) son, como no podía ser de otra manera, todos unos fascistas).
Huelga decir que este extraño fenómeno, lejos de ser algo que afecta única y exclusivamente a mi amigo, se extiende al conjunto de izquierdas, movimientos ecologistas, grupos antiglobalización y análogos.
Decía que contaba mi interlocutor que el objetivo de Bush durante sus dos mandatos ha sido beneficiar a las grandes empresas, desprotegiendo así a los estratos sociales más bajos. Es esto posible? Yo niego la mayor y pongo en tela de juicio el liberalismo del Sr. Bush, aunque eso es tema de otro debate. Pero por muy mal que lo haga W júnior, por muy incompetente que sea y por muchos errores que haya cometido… Es realista pensar que cuando se pone al frente de la mayor potencia económica del mundo, cuando sabe que la historia lo va a juzgar por sus acciones, se empeñe en beneficiar de manera premeditada a unos pocos y perjudicar a la mayor parte la sociedad americana? Esa es una teoría conspiranóica, tan del gusto de las izquierdas. Aberrante, en mi opinión. Si tan sólo, tenemos en cuenta lo que esa política supondría en términos electorales, la teoría se desmorona como un castillo de naipes.
Lo que quiero señalar es que el debate político-económico debería centrarse en cómo funcionan los ciclos económicos, qué impactos suponen en términos prácticos las políticas económicas intervencionistas y/o liberales. Se debe establecer de la manera más objetiva posible, patrones de acción-reacción, etc. Tenemos que sacar de la ecuación la moralidad. O al menos, debemos no asignar al contrincante ideológico la falta de ésta como argumento válido.
Es frustrante comprobar cómo una defensa excesivamente abierta del libre mercado y una censura de las garras del Estado sobre aquél, es casi siempre, sinónimo de una mirada de displicencia, de estupor o de censura por parte del “progresista” de turno. Esto es especialmente patente entre la gente joven, prueba de que la izquierda ha ganado en gran medida, la batalla de la dialéctica.
Y ahí es donde hay que dar la batalla. El discurso intervencionista es melifluo, dulce, narcótico... Y se mueve con desenvoltura fuera del ámbito político. Hay innumerables ejemplos de cineastas, actores, cantantes, escritores, etcétera que postulan estos ideales desde sus creaciones artísticas con mayor o menor profundidad. Es muy sencillo que el ciudadano medio sin excesivos fundamentos políticos se defina a sí mismo como “de izquierdas”. Es lo lógico.
Lo es, si el mensaje (en su versión más simplista y ridícula) apela a salvar focas, ayudar a los pobres y cuidar la capa de ozono. Dando por sentado, además, que los demás no tiene estos objetivos. No solo eso, los liberales están corrompidos por el dinero. Eso es lo único que buscan. Esa es la caricatura que han creado con evidente éxito. El concepto “greed” (avaricia), creado al otro lado del charco para caricaturizar a los liberales es un ejemplo de ello.
Pues yo me niego a aceptar esa supuesta superioridad moral. Me niego a que se adueñen del término “progresista” así. Sin más. No sin cuestionar ese supuesto progresismo. Es una batalla difícil pero no es una batalla perdida.
Convendremos que el discurso socialista es bienintencionado de puro simple. Hay que llevar el debate a un nivel superior. Llevarlo a un plano más realista. Es decir, el “progre” de turno dirá: “hay que aumentar la presión fiscal para una mejor redistribución de la riqueza”. Parece fácil, no? Que los ricos paguen más, para cubrir las carencias de los más desfavorecidos. Quién no puede estar de acuerdo con esto?
Pues cualquiera que se dé cuenta de que la economía no es un juego de valor cero. Que los resortes y mecanismos que rigen nuestro sistema son más complicados y en la mayoría de las ocasiones, imprevisibles. Y que… Qué demonios! No sólo la economía, sino la realidad que nos rodea es algo más compleja de lo que algunos piensan.
Cualquier economista liberal (y no me parece baladí que la mayoría de economistas profesionales abracen en mayor o menor medida esta ideología) apuntará que el sistema liberal-capitalista no es un sistema perfecto. Ni siquiera aspira a serlo. Se da por sentado que no hay un sistema perfecto ni una varita mágica que acabe con la pobreza, las desigualdades y las injusticias que existen (indudablemente) en nuestro planeta.
Así pues… NO, si un Estado sube la presión fiscal, no tiene porqué tener efectos beneficiosos en las personas más desfavorecidas, ni por ende, en la sociedad en su conjunto. La realidad es más compleja y las repercusiones como dije, imprevisibles. Simplificando, la cosa podría ir: Gobierno sube impuesto a las grandes empresas. La “gran empresa” que, legítimamente, busca maximizar beneficios (como hacemos todos) decide reducir su inversión en I+D en respuesta a ese incremento de la presión fiscal. A resultas de ello, personal de dicho departamento pierde su puesto de trabajo. Para más inri, la investigación en busca de una vacuna anti-sida se paraliza, con las evidentes repercusiones negativas que eso genera.
Resulta bastante gráfico. Un apunte a ello: no estoy insinuando que un Gobierno determinado tome siempre decisiones equivocadas o contraproducentes. Pero sí digo que, en cualquier caso, son decisiones aleatorias, de repercusiones imprevisibles y por supuesto, son decisiones coercitivas. Lo que nos lleva a terrenos morales que tocaremos con posterioridad.
Así de fácil es desmontar la retórica intervencionista. No. Nosotros no tenemos una receta perfecta de cómo gestionar esta sociedad. Pero nos parece censurable que las decisiones las tome un Gobierno (que, en definitiva, no es más que un grupo de personas con ansias de poder) de forma aleatoria y coercitiva. Más aún cuando los precedentes son los que son. Y lo que es más sangrante que no seamos considerados “progresistas” por pensar de esta forma. O acaso, progresó menos los EEUU de Reagan que la Cuba de Castro?
Pero volvamos al terreno ideológico tras esta breve incursión en el apartado técnico del asunto. Como decía, esta es una batalla difícil. Los portadores del socialismo bienpensante y bienintencionado (lo apunto, de nuevo, sin asomo de ironía) suelen estar ungidos por la pasión del devoto. Tienen banderas, colores y partidos políticos a los que apoyan y defienden. Crean símbolos (léase Ché Guevara. Que estampan en cualquier superficie estampable. Práctica poco revolucionaría, por cierto…). Creen en la maldad del (derivada de su acción u omisión) del adversario político. Crean grupos de opinión. Se dan apoyo mutuo y no pierden la oportunidad de poner a caer de un burro a un sistema económico del que se benefician y que es, por cierto, menos capitalista de lo que suponen.
En cambio y en contrapartida, al liberal se le supone un individuo más escéptico. Advierte la complejidad del mundo que le rodea y por tanto carece de un dogma de fe. Es por ello, que recela de las colectividades. Así el discurso liberal se diluye y queda relegado al mundo académico e intelectual.
Sí. Aquel que defiende tales postulados suele apreciar un concepto tan injustamente denostado como es el individualismo. Quizá sean personajes más grises para los estándares de esta época. Aunque de mayor hendidura intelectual. No son carismáticos ni adornan su mensaje. (Una excepción a ello, lo tenemos en el brillante economista Rodríguez Braun). Y un hecho tan anecdótico se torna fundamental en la conformación de la ideología en los tiempos que corren.
Hay alguien que se pueda extrañar de que un adolescente quede fascinado ante un guapo revolucionario argentino que luchó contra un régimen despótico (para crear otro apunto yo…) antes que de un viejo inspector de aduanas (que ironía) allá en la Escocia decimonónica? Carencia esta difícil de subsanar. Los liberales no tienen cohesión para crear una figura atractiva. Se aferran a Smith y Hayeck desde hace 200 años. Para los socialistas y demás amigos de la coacción política es infinitamente más sencillo. Pues desde la ostentación del poder se tienen medios económicos e intereses creados para ensalzar tal o cual figura pública. Véase el reciente caso del nuevo presidente de los EEUU, Barack Obama, presentado como el Advenimiento del Bien sobre el planeta Tierra.
Bajemos de la nube y discutamos de temas terrenales. Intentemos crear una sociedad razonablemente organizada antes que buscar el mantra de la felicidad. Valoremos la libertad que nos puede proporcionar una sociedad menos intervenida por los poderes públicos. Libertad que tantos desdichados hubieran querido disfrutar a lo largo de la Historia.
Pensemos que la democracia no es un fin en su mismo. Sino un medio para funcionar en sociedad. El hecho de que un dirigente haya sido elegido democráticamente no le da carta verde para todo. Me ahorro mencionar el ejemplo, de puro obvio.
Y sobre todo, la próxima vez que alguien nos llame “fascista” por nuestra forma de pensar, apuntemos con educación a nuestro interlocutor que no tiene ni la más repajolera idea de lo que habla.
Sin acritud, por supuesto.
Lejos de mi ánimo está el desautorizar sus opiniones, pero sí me gustaría hacer algunos apuntes, que se me antojan importantes. Cuestiones que, curiosamente, a nadie parece preocupar lo más mínimo. Es por ello, que sentí el impulso de ponerlo en negro sobre blanco. Tomemos las próximas líneas como una pataleta, Cómo un grito de desahogo, pues… Ni que sea en un desierto inhóspito y remoto.
El tema de la discusión era, como de costumbre, muy genérico. Simplificando hasta el absurdo, el que suscribe partía de una posición de defensa de la economía liberal: creencia en el mercado, responsabilidad individual, premio al esfuerzo y demás.
Mi contrincante (al que tengo por una persona inteligente) defendía la preeminencia del Estado sobre el mercado, redistribución de la riqueza, etc. Todo ello salpicado con tintes ecologistas sin duda muy bienintencionados.
No quiero en esta ocasión entrar en el fondo técnico del asunto (aunque algún apunte habrá) sino en el aspecto formal del mismo. Mientras que yo intentaba (con mis medios, que no son muchos, pues no soy economista) defender la postura desde un punto de vista técnico, esto es: qué sistema económico es más útil, cuál funciona mejor, etcétera… mi amigo se empeñaba en insistir que quién sostiene mi postura lo hace de una forma inmoral. Por consiguiente, quien defiende sus postulados está dotado de una superior moral, lo cual resulta profundamente injusto.
(A colación de esto y cómo nota a pie de página añadido a posteriori, me decía una buena amiga, el otro día que, los votantes de una señora, esperanza para algunos liberales (no para mí) son, como no podía ser de otra manera, todos unos fascistas).
Huelga decir que este extraño fenómeno, lejos de ser algo que afecta única y exclusivamente a mi amigo, se extiende al conjunto de izquierdas, movimientos ecologistas, grupos antiglobalización y análogos.
Decía que contaba mi interlocutor que el objetivo de Bush durante sus dos mandatos ha sido beneficiar a las grandes empresas, desprotegiendo así a los estratos sociales más bajos. Es esto posible? Yo niego la mayor y pongo en tela de juicio el liberalismo del Sr. Bush, aunque eso es tema de otro debate. Pero por muy mal que lo haga W júnior, por muy incompetente que sea y por muchos errores que haya cometido… Es realista pensar que cuando se pone al frente de la mayor potencia económica del mundo, cuando sabe que la historia lo va a juzgar por sus acciones, se empeñe en beneficiar de manera premeditada a unos pocos y perjudicar a la mayor parte la sociedad americana? Esa es una teoría conspiranóica, tan del gusto de las izquierdas. Aberrante, en mi opinión. Si tan sólo, tenemos en cuenta lo que esa política supondría en términos electorales, la teoría se desmorona como un castillo de naipes.
Lo que quiero señalar es que el debate político-económico debería centrarse en cómo funcionan los ciclos económicos, qué impactos suponen en términos prácticos las políticas económicas intervencionistas y/o liberales. Se debe establecer de la manera más objetiva posible, patrones de acción-reacción, etc. Tenemos que sacar de la ecuación la moralidad. O al menos, debemos no asignar al contrincante ideológico la falta de ésta como argumento válido.
Es frustrante comprobar cómo una defensa excesivamente abierta del libre mercado y una censura de las garras del Estado sobre aquél, es casi siempre, sinónimo de una mirada de displicencia, de estupor o de censura por parte del “progresista” de turno. Esto es especialmente patente entre la gente joven, prueba de que la izquierda ha ganado en gran medida, la batalla de la dialéctica.
Y ahí es donde hay que dar la batalla. El discurso intervencionista es melifluo, dulce, narcótico... Y se mueve con desenvoltura fuera del ámbito político. Hay innumerables ejemplos de cineastas, actores, cantantes, escritores, etcétera que postulan estos ideales desde sus creaciones artísticas con mayor o menor profundidad. Es muy sencillo que el ciudadano medio sin excesivos fundamentos políticos se defina a sí mismo como “de izquierdas”. Es lo lógico.
Lo es, si el mensaje (en su versión más simplista y ridícula) apela a salvar focas, ayudar a los pobres y cuidar la capa de ozono. Dando por sentado, además, que los demás no tiene estos objetivos. No solo eso, los liberales están corrompidos por el dinero. Eso es lo único que buscan. Esa es la caricatura que han creado con evidente éxito. El concepto “greed” (avaricia), creado al otro lado del charco para caricaturizar a los liberales es un ejemplo de ello.
Pues yo me niego a aceptar esa supuesta superioridad moral. Me niego a que se adueñen del término “progresista” así. Sin más. No sin cuestionar ese supuesto progresismo. Es una batalla difícil pero no es una batalla perdida.
Convendremos que el discurso socialista es bienintencionado de puro simple. Hay que llevar el debate a un nivel superior. Llevarlo a un plano más realista. Es decir, el “progre” de turno dirá: “hay que aumentar la presión fiscal para una mejor redistribución de la riqueza”. Parece fácil, no? Que los ricos paguen más, para cubrir las carencias de los más desfavorecidos. Quién no puede estar de acuerdo con esto?
Pues cualquiera que se dé cuenta de que la economía no es un juego de valor cero. Que los resortes y mecanismos que rigen nuestro sistema son más complicados y en la mayoría de las ocasiones, imprevisibles. Y que… Qué demonios! No sólo la economía, sino la realidad que nos rodea es algo más compleja de lo que algunos piensan.
Cualquier economista liberal (y no me parece baladí que la mayoría de economistas profesionales abracen en mayor o menor medida esta ideología) apuntará que el sistema liberal-capitalista no es un sistema perfecto. Ni siquiera aspira a serlo. Se da por sentado que no hay un sistema perfecto ni una varita mágica que acabe con la pobreza, las desigualdades y las injusticias que existen (indudablemente) en nuestro planeta.
Así pues… NO, si un Estado sube la presión fiscal, no tiene porqué tener efectos beneficiosos en las personas más desfavorecidas, ni por ende, en la sociedad en su conjunto. La realidad es más compleja y las repercusiones como dije, imprevisibles. Simplificando, la cosa podría ir: Gobierno sube impuesto a las grandes empresas. La “gran empresa” que, legítimamente, busca maximizar beneficios (como hacemos todos) decide reducir su inversión en I+D en respuesta a ese incremento de la presión fiscal. A resultas de ello, personal de dicho departamento pierde su puesto de trabajo. Para más inri, la investigación en busca de una vacuna anti-sida se paraliza, con las evidentes repercusiones negativas que eso genera.
Resulta bastante gráfico. Un apunte a ello: no estoy insinuando que un Gobierno determinado tome siempre decisiones equivocadas o contraproducentes. Pero sí digo que, en cualquier caso, son decisiones aleatorias, de repercusiones imprevisibles y por supuesto, son decisiones coercitivas. Lo que nos lleva a terrenos morales que tocaremos con posterioridad.
Así de fácil es desmontar la retórica intervencionista. No. Nosotros no tenemos una receta perfecta de cómo gestionar esta sociedad. Pero nos parece censurable que las decisiones las tome un Gobierno (que, en definitiva, no es más que un grupo de personas con ansias de poder) de forma aleatoria y coercitiva. Más aún cuando los precedentes son los que son. Y lo que es más sangrante que no seamos considerados “progresistas” por pensar de esta forma. O acaso, progresó menos los EEUU de Reagan que la Cuba de Castro?
Pero volvamos al terreno ideológico tras esta breve incursión en el apartado técnico del asunto. Como decía, esta es una batalla difícil. Los portadores del socialismo bienpensante y bienintencionado (lo apunto, de nuevo, sin asomo de ironía) suelen estar ungidos por la pasión del devoto. Tienen banderas, colores y partidos políticos a los que apoyan y defienden. Crean símbolos (léase Ché Guevara. Que estampan en cualquier superficie estampable. Práctica poco revolucionaría, por cierto…). Creen en la maldad del (derivada de su acción u omisión) del adversario político. Crean grupos de opinión. Se dan apoyo mutuo y no pierden la oportunidad de poner a caer de un burro a un sistema económico del que se benefician y que es, por cierto, menos capitalista de lo que suponen.
En cambio y en contrapartida, al liberal se le supone un individuo más escéptico. Advierte la complejidad del mundo que le rodea y por tanto carece de un dogma de fe. Es por ello, que recela de las colectividades. Así el discurso liberal se diluye y queda relegado al mundo académico e intelectual.
Sí. Aquel que defiende tales postulados suele apreciar un concepto tan injustamente denostado como es el individualismo. Quizá sean personajes más grises para los estándares de esta época. Aunque de mayor hendidura intelectual. No son carismáticos ni adornan su mensaje. (Una excepción a ello, lo tenemos en el brillante economista Rodríguez Braun). Y un hecho tan anecdótico se torna fundamental en la conformación de la ideología en los tiempos que corren.
Hay alguien que se pueda extrañar de que un adolescente quede fascinado ante un guapo revolucionario argentino que luchó contra un régimen despótico (para crear otro apunto yo…) antes que de un viejo inspector de aduanas (que ironía) allá en la Escocia decimonónica? Carencia esta difícil de subsanar. Los liberales no tienen cohesión para crear una figura atractiva. Se aferran a Smith y Hayeck desde hace 200 años. Para los socialistas y demás amigos de la coacción política es infinitamente más sencillo. Pues desde la ostentación del poder se tienen medios económicos e intereses creados para ensalzar tal o cual figura pública. Véase el reciente caso del nuevo presidente de los EEUU, Barack Obama, presentado como el Advenimiento del Bien sobre el planeta Tierra.
Bajemos de la nube y discutamos de temas terrenales. Intentemos crear una sociedad razonablemente organizada antes que buscar el mantra de la felicidad. Valoremos la libertad que nos puede proporcionar una sociedad menos intervenida por los poderes públicos. Libertad que tantos desdichados hubieran querido disfrutar a lo largo de la Historia.
Pensemos que la democracia no es un fin en su mismo. Sino un medio para funcionar en sociedad. El hecho de que un dirigente haya sido elegido democráticamente no le da carta verde para todo. Me ahorro mencionar el ejemplo, de puro obvio.
Y sobre todo, la próxima vez que alguien nos llame “fascista” por nuestra forma de pensar, apuntemos con educación a nuestro interlocutor que no tiene ni la más repajolera idea de lo que habla.
Sin acritud, por supuesto.
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